Recuerdos
Tengo
especialmente grabado en la memoria el primer día que fui a una biblioteca. María, la chica que nos cuidaba a mi hermana y a mí en verano nos llevo allí. No sé cuál
sería el motivo. Yo no tenía especial interés pero fui
porque María me gustaba y así podría pasar más tiempo con ella. Ignorante de mí... Uno de tantos amores platónicos de la niñez.
Al llegar a la biblioteca fuimos a la sección infantil. María me enseñó unos pequeños libros que recuerdo perfectamente: páginas gruesas, con transparencias y desplegables que mostraban la vida de caballeros medievales, animales peligrosos, el interior de un cohete espacial, etc. Me quedé fascinado y en ese momento surgió el interés que actualmente pervive en mí por la historia. Estuve mirando todos esos libros durante lo que debió ser mucho tiempo. De hecho, no recuerdo qué hicieron María y mi hermana hasta el momento de tener que marcharnos. Y por supuesto, yo no quería irme. Me enfadé y lloré. Viendo la situación, María me hizo una promesa: me regalaría uno de esos libros por mi cumpleaños.
Mi cara cambió radicalmente. Ya era feliz.
Pasó el tiempo y como buen niño que era, olvidé esa promesa. ¿Os podéis imaginar cómo me sentí cuando llegó mi cumpleaños y María se presentó con uno de esos libros? Estaba completamente ilusionado y además caí perdidamente enamorado (sí, más aún). Porque si no, ¿cómo iba a acordarse esa chica de la promesa que me hizo si yo sólo era el niño al que cuidaba?
Ahora, muchos años después, nos encontramos de vez en cuando. Nos saludamos y hablamos de los viejos tiempos mientras yo le sonrío como un niño con un libro nuevo…
Al llegar a la biblioteca fuimos a la sección infantil. María me enseñó unos pequeños libros que recuerdo perfectamente: páginas gruesas, con transparencias y desplegables que mostraban la vida de caballeros medievales, animales peligrosos, el interior de un cohete espacial, etc. Me quedé fascinado y en ese momento surgió el interés que actualmente pervive en mí por la historia. Estuve mirando todos esos libros durante lo que debió ser mucho tiempo. De hecho, no recuerdo qué hicieron María y mi hermana hasta el momento de tener que marcharnos. Y por supuesto, yo no quería irme. Me enfadé y lloré. Viendo la situación, María me hizo una promesa: me regalaría uno de esos libros por mi cumpleaños.
Mi cara cambió radicalmente. Ya era feliz.
Pasó el tiempo y como buen niño que era, olvidé esa promesa. ¿Os podéis imaginar cómo me sentí cuando llegó mi cumpleaños y María se presentó con uno de esos libros? Estaba completamente ilusionado y además caí perdidamente enamorado (sí, más aún). Porque si no, ¿cómo iba a acordarse esa chica de la promesa que me hizo si yo sólo era el niño al que cuidaba?
Ahora, muchos años después, nos encontramos de vez en cuando. Nos saludamos y hablamos de los viejos tiempos mientras yo le sonrío como un niño con un libro nuevo…
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